Historias del Paisaje II: Saberes, sabores, oficios

Tras la reja negra y junto al asador a carbón, María Teresa, ojos marinos, sonrisa luminosa, me recibe con un abrazo.

Atravesando una pequeña estancia se llega al patio interior, el corazón de la casa. Aquí Rodrigo transforma el maíz para convertirlo en arepas.

Hay algo sagrado en el anacronismo de este proceso tan simple, que desde hace más de veinte años es la principal fuente de ingresos de esta familia. La cultura del maíz es ancestral.

 

Se pone a remojar el maíz durante un par de horas, en un recipiente grande, de cinco o seis litros de capacidad. Luego se pone a cocinar. Después hay que dejarlo enfriar y sacarle el «claro» (como se le llama al agua espesa que resulta del cocimiento del maíz) para poder molerlo.  Calculando la medida con una jarra pequeña, se va pasando poco a poco la preparación por la molienda. El resultado es una masa tipo puré, que se mezcla con un poco de mantequilla y se amasa sobre un molde metálico con la forma de dos arepas medianas.

Hoy en día, las arepas se arman a partir de una masa industrializada, que contiene ingredientes químicos para su conservación. Por el contrario, Rodrigo prepara cada madrugada la masa fresca, elaborada sólo con maíz, agua, y un poco de mantequilla, en la cantidad necesaria para armar las arepas que María Teresa asa y vende en la esquina del barrio cada mañana.

No hay días de descanso. Sólo las tardes del fin de semana.

Han vivido en varias ciudades, y desde hace más de dos décadas están amañados en Armenia. Se vinieron siguiendo a uno de los hijos. Montaron el negocio de arepas; en un principio, orientado a la venta para las grandes superficies. Este modelo no funcionó; no era rentable.

Ahora el mercado es el barrio. Hoy los dos se sostienen de la venta de arepas y además están pagando la hipoteca de la casa en la que viven.

María Teresa es muy devota, y la casa está justo enfrente de la iglesia. La casa ya fue bendecida. Está contenta de tener la casa, es un sueño hecho realidad. “Sólo quisiera poder arreglarla un poco”, confiesa.

Antes de irme, me pone entre las manos un paquete tibio envuelto en papel kraft. Son arepas de maíz amarillo.

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