La discusión de los taxistas en el aeropuerto de San Andrés y el viento huracanado que nos empujó hasta el hotel, fueron quizás presagio de que, esta vez, mi experiencia en la isla sería distinta.
Después de un día de playa, apremiados por la llovizna que arreciaba en oleadas bajo un viento implacable, decidimos refugiarnos en el centro cultural del Banco de la República. Un edificio imponente de madera y metal, que destaca en la uniforme trama blanca y azul de los hoteles. Recorriendo sus amplios espacios, se encuentran aquí y allá estampas de raizales del siglo pasado; una impactante exposición sobre la impronta artística de Emory Douglas en el movimiento político de los Panteras Negras y una interesantísima colección de libros entre los que llamaron mi atención algunos que cuentan la historia de San Andrés desde diferentes perspectivas.
La curiosidad por las crónicas de la isla me llevó a consultar a Andrés Steele, asesor cultural del centro, quien me invitó a una presentación sobre la historia de sus habitantes.
Aprendí que San Andrés hace parte de un archipiélago que incluye, además de las islas de Providencia y Santa Catalina, un conjunto de cayos e islotes sobre la plataforma volcánica occidental del mar de las Antillas.
Debido a relaciones de conectividad marítima que existen desde tiempos inmemoriales, los pobladores mantienen un vínculo cultural con Jamaica y la costa de Nicaragua que es muy anterior a la relación territorial con Colombia. Esto puede explicar, por ejemplo, por qué Bob Marley tiene en esta isla genuinos cultores y seguidores de su filosofía de vida.
Supe también, a través de Andrés, que la primera población estable de la isla se componía de esclavos traídos para atender los cultivos de coco, de acuerdo con las decisiones de colonos puritanos ingleses establecidos en Providencia. Años después, los esclavos fueron liberados, convirtiéndose al poco tiempo en prósperos administradores de la tierra cedida por sus antiguos amos. Familias enteras, interconectadas a la manera de un clan, compartían grandes lotes en los cuales se organizaban frescas casas de madera. Una estructura espacial consecuente con un sistema de relaciones comunitarias que con el tiempo se ha ido diluyendo y disgregando.
Un siglo después, estrategias nacionales de Colombia, como la condición de “puerto libre” para San Andrés, o el turismo de sol y playa, promovido por las oleadas migratorias venidas de otros lugares del continente americano y de Europa, fueron conformando el imaginario colectivo actual de la isla.
San Andrés hoy
A la manera de las ciudades invisibles de Calvino, San Andrés se compone de dos ciudades.
Una ciudad exterior blanca y azul, abierta hacia el mar y reconocible desde el paseo paralelo a la playa, en la cual destacan los hoteles, resorts, cafeterías y comercios de artículos importados como perfumes y ropa de diseño, dirigidos a consumidores de alto poder adquisitivo. Otra ciudad interior, verde y terrosa, con casas pequeñas y desconchadas, árboles de fruta de pan en cada patio, y caminos de tierra perdiéndose hacia el interior de la isla.
Las dos ciudades no se encuentran, y parecen recelar la una de la otra.
Alcancé a vislumbrar que los habitantes de la ciudad interior bailan muchas danzas cuyo nombre no recuerdo. Tuve la oportunidad de probar el sabor sustancioso de la comida local, que los turistas casi nunca llegan a probar, como las Johnny cakes, empanadas de cangrejo, empanadas de caracol, el agua de tamarindo, el lemon pie… y me quedé con las ganas de perderme en esos caminos de tierra que conducen al corazón escondido de San Andrés, el lugar donde está la historia de los raizales. Una historia que, me pregunto, ¿no sería posible poner en valor y compartir con quienes creemos que las experiencias memorables se construyen a partir de interacciones enriquecedoras entre los locales y los visitantes?
Creo que San Andrés tiene el reto de fortalecer su cultura raizal y diseñar una agenda de actividades y eventos donde se promueva la participación de locales y visitantes.
Se debería planificar y promover un turismo que incluya la posibilidad de experimentar la auténtica sabrosura de una cultura única que destaca por sus bailes, su música y su gastronomía, entre otros atributos. Un turismo que aporte a la diferenciación y valorización del destino a partir del código genético del territorio y sus gentes. Un turismo que genere valor para la población local, coherente con los objetivos de la Organización Mundial del Turismo, que abogue por el crecimiento económico, el desarrollo incluyente y la sostenibilidad ambiental de la isla, convirtiéndose en un instrumento para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible que están encaminados a reducir la pobreza y a fomentar el desarrollo sostenible en todo el mundo.