Era un sábado, un breve paréntesis de verano de este año 2011 en el que no ha parado de llover, así que decidimos darnos una vuelta por Salento. Imaginé transitar por sitios ya conocidos: tomar un hervido de frutas y escuchar buen jazz en “Barroco”; comprar películas en el local de música y cine de la Calle Real… pero cual no fue mi sorpresa al descubrir nuevos lugares, tanto o más buenos que “mis clásicos preferidos”.
Empezamos por la cafetería de Jesús Martín. Me habían dicho que estaba situada a la izquierda de la policía, es decir, cerca de la plaza. Efectivamente, sin tener que buscar mucho (a 30 metros del lugar de referencia) encontramos un local pequeño pero muy acogedor, en el cual hicimos nuestra primera parada. Después de degustar un delicioso capuchino (tenía un dibujo tan bonito de “arte latte” que casi me dio pena terminarlo) y saborear unos alfajores de maicena y arequipe, seguimos viaje seguimos viaje hacia Cocora, donde teníamos pensado alojarnos.
Antes de salir del pueblo hicimos una segunda parada en la cafetería “Alegra” (que no conocíamos). Nos tentó la posibilidad de probar la “torta de zanahorias”. Fue una buena elección; estaba riquísima. De paso pudimos apreciar que el menú del local es bien variado; hay desde hojaldres salados y dulces hasta ensaladas y platos calientes de pasta y verdura (como la parmesana de berenjenas, por ejemplo). Se presenta como una buena elección gastronómica para vegetarianos.
Siguiendo ya la ruta hacia Cocora encontramos un pequeño desvío con el cartel “Mirador”. El sendero era ascendente y estaba asfaltado. Decidimos desviarnos “a ver qué”. A unos ….. metros aproximadamente encontramos una pintoresca construcción tradicional (tipo “finca cafetera” y a la derecha el parqueadero y una edificación de madera oscura y vidrio que resultó ser el restaurante “Mirador de Cocora”.
La vista desde el parqueadero es sencillamente espectacular. La ida al lugar vale la pena sólo por ello. Así mismo, el espacio del restaurante está delimitado por un gran vidriado que da hacia el valle.
Hay también una agradable terraza cubierta, para el que prefiera estar al aire libre. Se nos informó que en temporada baja abrían sólo viernes, sábado y domingo; y en temporada alta todos los días menos lunes y martes.
Ya de salida, a unos minutos de recorrido de donde acabábamos de estar, divisamos una pequeña finca, que, enclavada en el valle, nos llamó la atención. Decidimos acercarnos a conocerla.
Emprendimos el camino de bajada a marcha muy lenta, ya que el camino no estaba asfaltado y era bastante accidentado. Bajo la cálida y brillante luz del sol de las cuatro, las vacas y caballos pastaban en la hierba verde. A la derecha, un río rumoroso y transparente se abría paso entre grandes rocas grises.
Las mismas rocas aparecían escampadas, aquí y allá, entre la hierba; como haciendo parte de un extrañamente desproporcionado “jardín zen”.
Finalmente llegamos a la finca “El Cortijo”. De cerca se podía apreciar una construcción fiel a la más tradicional y depurada “arquitectura cafetera”: cerramientos de madera calada en color azul y rosa; amplias galerías perimetrales; coloridas matas de geranios colgando de los pórticos.
Atrajo mi atención un espacio acristalado a la manera de los invernaderos europeos, que hacía parte de la casa. Resultó ser “el salón familiar” original. Además de un completo árbol genealógico de la familia propietaria del inmueble, una cama pequeña y un mobiliario confortable completaban el interior. A tener en cuenta que la finca está bastante aislada y no sirven comidas. Es un buen plan para ir bien preparados, y con ganas de hacer caminatas suaves en un entorno natural bien atractivo.
Atardecía y debíamos marchar. Nos fuimos, no sin antes prometernos que volveríamos.
El Valle de Cocora en verano tiene su encanto. Caminar se hace más fácil, y el sol sobre el bosque de niebla nos descubre matices y texturas de verde que no podríamos percibir bajo otra luz.
Estando alojados en la finca San José, nos preguntamos ¿habrá algún circuito de caminata de bajo impacto en los alrededores de la finca? Con esta pregunta en mente iniciamos un recorrido ascendente por la ladera de la montaña situada detrás de la finca. Salimos equipados con buen calzado, ropa impermeable y agua.
Había huellas de caballos en buena parte del trayecto. En torno a los excrementos de estos animales, encontramos cantidad de mariposas de variados colores, con predominio del negro, rojo oscuro y azul.
Llegamos a una pequeña cascada. El agua convoca a los pájaros; es un buen punto para observarlos. Siguiendo el sendero entramos en el bosque de niebla. Una masa de helechos se extendía a lo largo del límite entre claro y bosque, anticipando la humedad y la sombra.
El sendero acababa en un pequeño “morro” cubierto de hierba que nos ofrecía una vista panorámica de una parte del valle. Un buen punto de parada y descanso, para disfrutar del aire y la visión del paisaje.
Regresamos por donde vinimos. Nos quedamos con las ganas de seguir explorando para identificar un circuito… pero eso ya queda para el próximo viaje.
Ver mapa de la zona en iMapa.net Quindío