
Alexander Von Humbolt debió quedarse sin aliento ante la visión original del valle de Cocora: imponentes laderas montañosas cubiertas de bosque, y por encima, casi rozando las nubes, las copas diminutas de las altísimas y esbeltas palmas de cera.
El cartel en madera pintada que, en un camino de acceso, explicaba la llegada del expedicionario a la región en el siglo XIX ya es ilegible, pero el valle conserva buena parte de su fisonomía original.
Los pastos para ganado han colonizado algunas laderas. El ganado disperso se alterna con algunas construcciones que se alinean sin un orden preestablecido siguiendo el sinuoso curso del río Quindío. Sin embargo, la visión del “bosque de niebla” en el que las palmas de cera se yerguen espléndidas contra el cielo casi blanco es sobrecogedora. La neblina desdibujando las cumbres de las montañas y el frío húmedo(… grados) característicos en el valle contribuyen a crear una atmósfera de recogimiento y contemplación de la naturaleza.
Llegando al valle hay un restaurante; las especialidades son la trucha y el patacón. Vale la pena acompañar la comida de un “canelazo” bien caliente, y aprovechar su situación de “mirador natural” hacia el valle.
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