Traspasando la difusa frontera urbana de Armenia se extiende un territorio verde y generoso, poblado de pájaros y rumor de siesta. El tiempo se aquieta. Las personas y la tierra y el agua y los frutos conforman un todo. Las voces tranquilas y pausadas, la hospitalidad ancestral. Historias de gentes, caminos y surcos.
El paisaje no es sólo visual; el paisaje es una secuencia de voces y silencios; de luces y sombras; olores y sonidos.
El paisaje tiene cara, ojos, dolores antiguos y raíces profundas. Como la misma tierra de la que nace todo, el paisaje es fecundo y es también un milagro.
Esa fuerza intangible, esa fe contagiosa, y la convicción de que el camino puede hacerse, aunque no esté trazado, con la unión de hombres y mujeres, hace a algunas personas luminosas y grandes…
¡Gracias a todos aquellos que, cada día, me van enseñando los ojos, la cara y la voz del Paisaje Cultural Cafetero!