
Quizás, como dice Alain de Botton, cabría concebir las obras de arte como instrumentos inmensamente refinados capaces de explicarnos qué supone, en realidad, el verde ondulante de un guadual; el susurro fresco del río, o la alegría incontenible en las fachadas coloridas de la arquitectura tradicional de bahareque que caracteriza a los “pueblos cafeteros”.
Desde tiempos inmemoriales el arte ha estado asociado a la representación del territorio. Actualmente, en el marco de estrategias de desarrollo local, en algunos contextos se están promoviendo las manifestaciones culturales artísticas hacia el territorio y el paisaje desde una mirada creativa. La finalidad, contribuir a la concienciación respecto al patrimonio catalogado en un entorno determinado; generar “sentido de pertenencia” en la población local, y también, por qué no, transformar el territorio y el paisaje en valores que trascienden las fronteras geográficas y se convierten en “atractores” de dinámicas positivas para la comunidad local: incremento de un determinado tipo de turismo (cultural o agroecológico, por ejemplo); mayor actividad en los centros educativos, entre otras.
Hay paisajes que, aunque no conozco personalmente, he aprendido a visualizar y reconocer a través del arte. ¿quién que ha visto la obra de Van Gogh no tiene una idea preconcebida acerca del paisaje de la Provença francesa? Ondulantes trigales amarillos; límpido y despejado cielo azul; verde profundo de algunos cipreses bordeando un camino… no he tenido la oportunidad de estar en estas campiñas, y no sé hasta qué punto se correspondería mi percepción “in situ” con la imagen generada por la obra pictórica de Van Gogh. ¿Y quién que no ha visto las pinturas de Gauguin no tiene ganas de conocer la Polinesia francesa? O ¿quién que no ha leído a Gabriel García Márquez no siente alguna vez la imperiosa curiosidad por conocer “el auténtico” Macondo, o cualquiera de los escenarios reales tomados como referentes para sus novelas?


El arte (que podríamos llamar “la cultura creativa”) tiene múltiples efectos. Primero, establece una simbiosis entre el/los artistas y su lugar o terruño, en tanto sujeto artístico. Segundo, aporta otra mirada (de un pueblo, unas gentes, en fin, de un territorio) que puede o no ser compartida por sus habitantes, pero que en cualquier caso mueve a la reflexión, a la discusión y a un conocimiento más profundo de quiénes somos y cómo somos. Por último, genera una percepción subjetiva pero de gran magnetismo a nivel global hacia el paisaje escenificado, lo que “atrae” personas de otros lugares que, seducidas por esa visión artística del paisaje, acuden a experimentar por sí mismos esas sensaciones que la pintura, la música o la literatura les han transmitido de diferentes maneras.
Personalmente creo que el aporte más importante de una mirada creativa sobre el territorio es que nos permita aprender a otorgarle “el debido peso” en nuestras vidas a situaciones tan “cotidianas” como ver una puesta de sol en un día de lluvia, o tener la posibilidad, cada día, de mirar por la ventana y ver la cordillera central, exuberante de verdes, como telón de fondo. Como dice Alain de Botton, seremos como esa persona a cuyo alrededor se haya pronunciado en múltiples ocasiones una determinada palabra, mas sólo comienza a oírla una vez aprendido su significado.