Cada día doy gracias por vivir en un territorio generoso, donde los árboles estiran sus ramas para darnos las frutas más deliciosas y la tierra nutre los variados cultivos del trópico, que prosperan sin el estrés que produce el clima de estaciones. Aquí se produce el mejor café suave del mundo, que nosotros tenemos el privilegio de disfrutar en nuestras casas, y que es apreciado por extranjeros de todos los países.
En este Patrimonio de la Humanidad, el Paisaje Cultural Cafetero que habitamos, el 75% de las fincas agroproductivas no supera la extensión de 4 hectáreas, y pertenece a pequeños productores.
Las dinámicas del mercado global, la falta de incentivos para continuar con la agricultura como medio de vida, los mecanismos especulativos sobre el valor de la tierra y sus posibilidades para la urbanización de segundas residencias o “viviendas campestres” que matan el campo, han ido convirtiendo la forma de vida auténtica y rica en valores culturales, ambientales y emocionales de miles de campesinos, en una lucha cotidiana, solitaria y anónima, que muchos abandonan, día a día, para rendirse vendiendo sus terrenos de cultivo y yéndose a vivir a la ciudad.
Y sin embargo… inmersa en este territorio megadiverso, sueño con una sociedad arraigada en valores humanos y ambientales excepcionales. Que articulada a una red de ciudades eficientes y renovadas en su centro, gestiona con entusiasmo, creatividad y profundo respeto, el campo como espacio de generación de superalimentos y de productos y servicios de alto valor agregado, como pueden ser el bioturismo, la producción de cultivos orgánicos, la fitoterapia y la agroindustria de productos especializados, por poner sólo algunos ejemplos.
La única manera de materializar los sueños es trabajando para hacerlos realidad. Así que he decidido ponerme en acción.
Como primer compromiso con esta iniciativa, estaré publicando una serie de artículos que buscan compartir reflexiones en torno a preguntas que se deberían abordar y responder a través de dinámicas participativas y colaborativas, incluyendo de manera especial a los habitantes y residentes de las áreas rurales del PCC.
Algunas preguntas que me formulo son:
¿ Cómo generar ingresos complementarios sostenibles para ese 75% de campesinos minifundistas en el PCC? Que a su vez sostienen a otros actores de la ruralidad, como los yiperos y los fonderos, por ejemplo.
¿A través de qué estrategias podemos propiciar un imaginario cultural que ponga al campo como escenario de oportunidades para la innovación, el emprendimiento, la investigación y la implementación de proyectos ambiciosos, rentables y sostenibles?
¿Qué tipo de relaciones colaborativas y asociativas de tipo gana-gana se podrían acordar entre los pequeños propietarios y entidades como el SENA y las universidades, para diseñar e implementar, junto con los campesinos y sus familias, un proyecto educativo que tenga a la gestión de un territorio agrícola que es Patrimonio Mundial como tema central de trabajo?
¿Qué casos de referencia en el mundo podríamos analizar en torno a estas problemáticas, para extraer lecciones que podamos aplicar en nuestro territorio?
Estaré atenta a recibir comentarios o preguntas para retroalimentar una discusión que nos atañe a todos los que vivimos en el Paisaje Cultural Cafetero.
¿Quién quiere participar?
Pueden comentar a través del blog o escribirme al correo: valeriabarbero.arq@gmail.com