Saliendo del centro norte de Armenia, después de casi una hora de recorrido ascendiendo entre bosques, cafetales y platanales, se llega a Pijao, pequeña ciudad en la cordillera central del Quindío.
I. Observatorio natural
A las 8 de la mañana del domingo el tiempo parece haberse detenido en la plaza central del pueblo. Dos cafeterías enfrentadas en una esquina son el punto de parada obligado. Una de ellas, café Lugman, es reconocida local e internacionalmente por su café especial. Un café que toma su sabor de la montaña omnipresente que, como un testigo inmutable, se extiende con sus bosques y cultivos de café en ladera dominando la escena.
Arrancamos a caminar. Seguiremos el itinerario del “sendero de los Gavilanes”, liderados por Hernán Pulido, de la Asociación de Amigos Caminantes, y Jorge Albén, un conocedor de los caminos locales.
La ciudad se encuentra con el campo en los patios de las casas. En apenas 10 minutos estamos saliendo del pueblo.
Durante el invierno del pasado año una avalancha de barro y piedras bajó por el valle fluvial. Hoy se ve cómo las rocas han sido arrastradas hasta cubrir la zona inundable del río. Algunas ramas de árboles ya secos asoman desde el montón de piedras, como testimonios mudos de la catástrofe. Pienso que el escenario es un buen “observatorio” de los ciclos de la naturaleza, ya que permite establecer conclusiones respecto a los ciclos de inundabilidad y la fuerza del caudal del río en estos casos.

Iniciamos el ascenso por el sendero de los Gavilanes. Ascendemos la ladera de la montaña por un sendero a través del bosque nativo. A nuestra derecha el río, con su rumor, nos recuerda su presencia. En este primer tramo del recorrido el paso es estrecho y escarpado, hay que caminar con cuidado porque la tierra fértil y el sustrato de hojas secas conforman un afirmado cómodo pero en ocasiones inestable.

Más adelante el sendero se ensancha y hay cercas de madera que facilitan el trayecto. Aprovechamos para almorzar y hacer un alto en un mirador que se encuentra a mitad del recorrido. Suspendido en la montaña, nos ofrece “la postal” más característica del pueblo.
II. Parábola de la abundancia
La segunda parte del camino es “de bajada”. Atravesamos un campo de guayabos. Hay gran cantidad de guayabas caídas del árbol esparcidas en la hierba. El olor dulce de la fruta madura nos acompaña por un rato. Encontramos también una mata rebosante de frambuesas silvestres.

A nuestra derecha, el río despeñándose entre las piedras nos indica que estamos llegando al tramo final del recorrido.
El pueblo regresa a nosotros gradualmente, primero un camino, luego un puente, y finalmente la gente en la calle y las casas. Algunos zaguanes dejan ver el verde exuberante de la montaña, y el agua del río discurre en su lecho de rocas. La naturaleza hace sentir su presencia (a veces pródiga, a veces violenta) en cada esquina, en cada calle. Quizás sea éste el atributo más encantador de Pijao: lo urbano se vuelve sutil y lo natural, protagonista. Quien se nutra de las fuerzas naturales encontrará en este pequeño enclave del Quindío no sólo tranquilidad, sino también motivos para el estímulo, asombro y conocimiento frente a un territorio que tiene mucho que ofrecer.

